16 febrero 2022

Empecé a beber alcohol con 14 años, y con 15 ya había sufrido la primera intoxicación grave: 4 horas tirado como una piltrafa a las puertas de una discoteca a las 12 del mediodía.

El pueblo donde estaba mi instituto se paralizaba 3 veces al año, coincidiendo con el fin de cada evaluación, las discotecas y los bares de copas abrían a las 10 de la mañana y ya desde las 8 podían verse centenares de jóvenes con botellas en la mano (nada de cervezas o vino, solo licores fuertes). En las navidades de mi primer año en  3º de B.U.P.  me caí desplomado en mitad del aula y tuvieron que sacarme entre varios compañeros, por supuesto perdí las notas. (me imagino las caras de estos milenials tertulianos y asustaviejas leyendo este párrafo y me da la risa)

Con las hormonas rebeladas y la piel ávida de roces, borracho solo conseguía espantar a cualquiera que se acercase, pero todo aquello me preparó físicamente para todo el automaltrato que vendría luego.

A pesar de todo, en aquellos tiempos el alcohol calmaba todas las ansiedades, porque mi pobre cerebro adolescente no conocía el cannabis ni la cocaína, ni el tabaco siquiera. Ahora tengo que tener cuidado cuando bebo porque armo al gusano de puñales y vahos de color morado y le abro de par en par las puertas de la fortaleza.

Muy frustrantes fueron aquellos años, aunque, con comas etílicos y todo, me sigo viendo a mí mismo como un chico inocente buscando soluciones extremas para viejos problemas: ansiedad y una dificultad casi insalvable para relacionarme con otras personas, totalmente insalvable en el caso de que la otra persona fuese una mujer.

Esa lección la aprendí demasiado bien.

Quisiera volver al alcohol algunos días ... 

demasiado tarde, susurra el gusano ...



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