el astigmatismo en el ojo derecho que me diagnosticó el oculista con 4 años hizo que pasase toda la niñez y preadolescencia con unas horrendas gafas ovaladas de las que ya nadie se atreve a ponerse, aparte de unos parches oculares ortopédicos marca Opticlude que tenía que ponerme varias horas al día en el ojo izquierdo. Para un niño inquieto, los parches eran una jodida pesadilla: con el sudor y el movimiento, todo el rato se despegaban. Al principio, me los quitaba un rato y cuando paraba de correr me lo volvía a poner, mas tarde lo tiraba a la papelera directamente cuando salía de casa.
el complejo (agravado por el resto de niños, ya se sabe) me duró toda la niñez, hasta que con 14 o 15 años tiré las gafas a la basura, y sin ellas estuve hasta pasados los 30, cuando me di cuenta que estaba cegato perdido y volví al oculista y a las gafas. Éstas ya eran con otro diseño mas atractivo, cuadradas y de color azul, pero seguían siendo un coñazo.
el segundo verano en el mar me di cuenta que jamás iba a poder hacer bien mi trabajo con unas gafas en la cara (para poder engañar a los bonitos hay que activar unos chorros constantes de agua que me empañaban los cristales) y sin gafas tampoco veía lo suficiente.
en 2016 me fui a una clínica privada donde, pagando una pasta, me operaron con láser. Que putada que en 1985 no existían los rayos láser para tratar los ojos o las almas, solo una mierda de hierros retorcidos que te desfiguraban la cara y unos parches pegajosos con los que se te quedaba pinta de pirata de hospital.
reconozco que fácil es echarle la culpa a todo lo externo, cuando quizás el problema siempre estuvo en lo interno
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