Abro los ojos. Intento que el subconsciente no me haya jugado ninguna mala pasada. La verdad es que me lavo la cara sin mirarme en el espejo. Algún dia lo haré y veré a un desconocido. Inhalo el humo destinado a las pipas de los dioses. Un moderno Prometeo no podría aspirar a mas. Salgo a la calle. El sol me molesta en la cara. Las farolas y los semáforos son palacios árabes con rubíes y esmeraldas. Todo parece bastante gris, pero en el autobús se sienta a mi lado una señora con su marido y su hija. La veo conversar con ellos y la bondad que desprende cubre todo el autobús como una niebla densa. Al bajarme pienso que hoy no necesito hablar con nadie, me iré a leer. El dia transcurre entre letras de un alfabeto confuso y desmembrado. Si se siente ahora pasar el tiempo. Me cubro con las sábanas hasta el cuello, buscando el calor que quizá no encuentre en otro lugar. Pienso otra vez en la señora del autobús. Sonrio. Cierro los ojos.
Madrid, 2002
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