Ésta es exactamente la vista real que había desde nuestra buhardilla (Siempre en Castropol). Tercer piso.
Con éstas vistas y asomados a mi antiguo balcón veíamos una especie de concurso de saltos en monopatín, saltos enormes e imposibles, tan altos que los patinadores llegaban a la altura del islote.
Con la casa toda llena de personas irreales, mi única preocupación era ir apuntalando la balconada de madera, en muy mal estado y que amenazaba con dejarnos caer a todos a la calle.
Yo clavaba puntas, incansable, y tratando de no mirar abajo.
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