Casi siempre y en casi todas las imágenes puedo verme como escapando de algo, como corriendo una maratón de 2 millones de kilómetros.
En Castropol, mi amigo Julián se despide mientras esperamos a que lleguen las chicas, que vienen con retraso. Mi intención es quedarme a solas con una de ellas: siempre la mas oscura, siempre la mas libre.
No ha lugar. Un pitido como de otro mundo inunda verdes y azules, indicandome que otra vez debo empezar a correr y huir de allí,
como cobaya en su rueda.
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